Rodeados de máquinas y sofisticadas tecnologías podemos concluir que todo es en realidad mecánico y tecnológico. Ya en el siglo V a. C. Heráclito decía: “Todo fluye y nada permanece.” Heráclito era uno de tantos pensadores que creen que el universo es un sistema cerrado, regido por leyes o principios uniformes donde realmente no hay lugar para Dios. Todo lo que existe, siempre ha existido y se mantiene en un constante cambio ilimitado. El cambio, pensaba Heráclito, es armónico y racional, porque está regido por un cierto principio de orden natural, al cual él llamó el logos.
Heráclto, sin embargo, nunca pudo explicar satisfactoriamente de dónde viene la racionalidad. Y es que el raciocinio es un atributo eminentemente personal. Pero al partir exclusivamente de lo físico y mecánico la personalidad se desvanece convirtiéndose en una palabra sin sentido. Si todo lo que existe no es más que una gran máquina, ¿cómo pueden existir las personas? Las ideas de Heráclito, como las de todos los demás pensadores que, como él empiezan y terminan con lo físico, acaban negando, no sólo a Dios, sino al mismo hombre y sus vivencias diarias. Si absolutamente todo es mecánico, entonces la fe, el amor, la compasión, el derecho, la justicia, la esperanza y todas las demás cosas semejantes a estas son sencillamente mentira.
En contraste con las enseñanzas de este antiguo pensador griego, los cristianos creemos que un ser inteligente y personal creó todo lo que existe. Él es primero y antes que todas las cosas. Él es un ser comunicativo, creativo y amoroso. Por eso, nosotros, que somos sus criaturas, también podemos relacionarnos con él, encontrarle sentido al mundo en que vivimos, y emprender la aventura de la inventiva y la novedad. Las primeras palabras del Génesis nos parecen patentes y cristalinas. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…” Esta es para nosotros una explicación suficiente y clara del origen del universo. No había nada, sólo existía Dios. Pero Él decidió crear todo lo que existe, imprimiéndole a las cosas las huellas de su inteligencia y sus propósitos. Las cosas creadas pueden cambiar y pasar. “La hierba se seca y la flor se cae.” Pero Dios es el Creador. Él es diferente y está por encima de todo cuanto existe. No tiene principio, ni fin, ni hay en él “sombra de variación”. Dios es “el que es”, el que siempre ha sido y el que siempre será. Él es el verdadero logos, la causa de todo, la explicación de todo, la base de todo.
Hoy por hoy, la evangelización parte de ahí. Frente a los Heráclitos de todo el mundo y de todas las épocas, los creyentes declaramos el maravilloso descubrimiento de que existe de verdad un Creador. El mundo sí tiene sentido y el hombre es persona, creada a la imagen de su Hacedor. Hasta los ateos piensan y comunican su mensaje, porque ellos mismos son personas creadas a imagen por Dios y tienen la maravillosa facultad de hacer sus propias decisiones, que no son simplemente reacciones electro químicas de su máquina cerebral. No hay que desesperarse, ni porqué hundirse en apatía o indiferencia. No tenemos que vivir ahogando los impulsos más nobles del corazón en las pasiones más bajas de la carne, como si cualquier propósito o deseo excelso fuera una ilusión macabra. Dios existe, y esta gran máquina física a nuestro alrededor da testimonio de Su amor. No hay lugar para el pesimismo de los que piensan: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. La primera gran noticia buena del evangelio es que Dios existe y que todo lo demás fue creado por él. ¡Irrumpe la esperanza y se potencia el futuro noble y glorioso de la humanidad! El Génesis es evangelio, excelente noticia para el hombre actual, obsesionado por las mentiras de los que le han dicho que todo es material, físico y mecánico. El escepticismo y el materialismo no son progreso. Son noticias funestas, además de fraudulentas. La verdadera buena noticia es que Dios sí existe.
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