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Archive for May, 2012

¿Tiene algo que ver el reino de Dios con los gobiernos de la tierra? ¿Es el reino de Dios según la Biblia la iglesia que acata la voluntad de Jesús? ¿Es el estado celestial después de la muerte? ¿Consiste la obra redentora de Cristo únicamente en el perdón de los pecados de los individuos creyentes y en la salvación individual de sus almas?

 

Con frecuencia varios estudiosos de la Biblia responden a estas preguntas afirmativamente. Sin embargo, hace falta leer un poco más cuidadosamente la Palabra de Dios. El contexto en el cual irrumpe, primero en las profecías y finalmente en la presencia de Cristo y en la proclamación de la iglesia primitiva, la enseñanza bíblica del reino de Dios es la historia de salvación que comienza en Génesis 1. 

 

El mal entra en el mundo armónico y fértil que Dios creó; y en esa creación buena (Gn. 1:31) aparecen arrolladoras la maldición, la corrupción, el caos y la muerte (Gn. 3:17, Romanos 8:20, 5:12-21). Desde aquellos tiempos remotos toda la humanidad ha vivido permanentemente amenazada y dominada por la fuerza del mal que implacablemente conduce a la muerte (Rm 6:23, He. 2:14, 1 Juan 5:19, Efesios 2:1-2). Bajo el peso de semejante opresión, desfalleciendo y angustiados, los creyentes elevan su clamor a Dios, y Él responde con promesas de redención. Dios reina, y su poderoso brazo liberador invadirá en breve la tierra para restaurar la bondad, la justicia y la paz que se perdieron al principio. Esta es la esperanza del reino de Dios. 

 

Durante la vida misma de muchos creyentes en varias ocasiones se manifestó el poder redentor de Dios en forma temporal y limitada. La liberación de Egipto, por ejemplo, fue un momento cumbre en la historia del antiguo Israel. Pero luego, de muchas maneras y en muchas otras ocasiones, los israelitas experimentaron salvación al triunfar sobre sus enemigos o ser librados de peligros, enfermedades y otros males. Todos estos ejemplos, sin embargo, eran solo signos que apuntaban hacia una redención final y completa.  Al fin y al cabo, el Dios de Israel, era el mismo que al principio había puesto orden, armonía y vida en la tierra caótica y vacía (Gn. 1:1-2) y que, cuando creció desmedidamente la maldad en el mundo, salvó a ocho fieles mediante un diluvio global, justiciero y purificador (Gn. 6ss)

 

El momento llegó y ante la mirada perpleja de unos cuantos pobres y marginados israelitas en el primer siglo el poder liberador de Dios fue desplegándose majestuosamente, de la manera más inesperada. Un humilde carpintero, conectado con Dios como jamás lo había estado nadie, iba derrotando una tras otra todas las amenazas que nos oprimen. Él no usaba ninguno de los recursos que comúnmente usan los poderosos de la tierra; simplemente armado de amor, fe, sumisión al Padre y Palabra, sometía todos los demonios. Finalmente ocurrió la cosa más sorprendente del mundo. Como oveja al matadero, se sujetó al Padre haciéndose obediente hasta la muerte de cruz (Hechos 8:31-33, Filp. 2:7-8); pero cuando ya las esperanzas de todos estaban perdidas, resucitó de entre los muertos, aplastando al último y mas temible de todos nuestros enemigos.

 

No cabía duda. La hora había llegado. Por fin había venido el Salvador del mundo y estaba en el trono, por encima de toda potestad (Ef. 1:20-21). El tiempo de la restauración de todas las cosas es ahora (Hech. 3:21).

 

En tiempos bíblicos era común asociar los poderosos con «dioses», ángeles o principados y potestades espirituales. De hecho, los emperadores romanos asumían que eran «dioses» igual que ocurría en otros pueblos y culturas. Afirmar que Jesús está por encima de todo principado espiritual, equivale a decir que él está en total control de los gobernantes de las naciones y de cualquier tipo de «dios», ángel o poder espiritual que lo respalde. Todos los gobernantes de las naciones son regidos por Cristo, con el mismo poder con que él resucitó de los muertos. Por consiguiente la iglesia primitiva proclamó con palabras y con hechos convertidos en realidades tangibles en el seno de sus propias comunidades la inauguración de la era final, el surgimiento de un nuevo mundo, la restauración del propósito original de Dios, el retorno a los fundamentos de la creación. Y los creyentes lo hicieron, SIN TEMOR A NINGÚN ENEMIGO, ni aún al más temible, a la muerte, porque sabían que la muerte había sido sorbida por la vida (1 Corintios 15:54-55). Ellos eran conscientes de que el reino de Dios había invadido el viejo mundo, y se alistaron como soldados valientes bajo la dirección absoluta del REY. Esa fue su conversión.

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