Trascendencia es un término de origen latino que significa «ascender más allá», sobrepasar, exceder los límites. Cuando decimos que Dios es trascendente, nos referimos a que Él está totalmente por encima de todo lo creado. No está sujeto a ningún limitación alguna. Él absolutamente independiente y está más allá de todo lo que existe.
Podemos hablar de la trascendencia de Dios en dos sentidos. En el sentido ontológico, el ser de Dios es completamente distinto a todo otro ser. No hay nada de criatura en el Creador. Es y será siempre «otro» inescrutable. Por lo tanto, epistemológicamente Dios excede también toda nuestra capacidad de conocimiento. Ninguna criatura puede abarcar a Dios con su conocimiento de criatura. Dios es misterio. Èl lo sabe todo, nosotros únicamente podemos saber parte. Dios es totalmente puro, nosotros somos pecadores. Dios solo desea lo justo y bueno; nosotros deseamos con frecuencia lo malo y nuestros afectos son una mezcla de cosas buenas y malas.
Los escritores bíblicos captaron esa trascendencia de Dios, por ejemplo, con relación al tiempo. Dios es antes de la creación (Salmos 90:2). También percibieron su trascendencia respecto al espacio. El universo no lo puede contener (1 Resyes 8:27). Dios es santo (Oseas 11:9, Salmos 30:4). Él es exaltado y altísimo (Salmos 113:5-6, Isaías 55:8-9). Isaías habló tanto de la trascendencia como de la inmanencia de Dios (57:15).
El deísmo lleva la trascendencia de Dios a un extremo errado. Dios, en esta filosofía, es el Creador que se mantiene lejos y desconectado de su creación. Según los deistas, Dios creó un universo que se mantiene sólo. Él no está presente en las cosas que pasan acá abajo.
La enseñanza sobre la trascendencia de Dios tiene sus implicaciones. En primer lugar, el hombre no representa el máximo valor. Dios, el Creador, quién está muy encima de todo es el que da valor. Sin Dios no tiene sentido tratar de articular de manera alguna la valoración humana. Tal vez por eso, los movimientos humanistas modernos fracasan a la hora de establecer una ética y un orden basados en el valor del hombre. Sin un Creador, el hombre no es más que polvo cósmico.
Por otra parte, el entendimiento humano jamás podrá comprender la totalidad de Dios. Lo que Dios es y lo que Dios haca estará siempre plagado de misterios. Además los humanos nunca podremos conocer a Dios a partir de nuestra propia inteligencia. Lo que sabemos de Dios se lo debemos al hecho de que Él nos lo ha revelado. Si Dios no nos revela quién es él y cuál es su voluntad, nosotros permanecemos en la oscuridad. También es cierto que al amparo de nuestros propios recursos, nunca podremos acercarnos a Dios. Él es totalmente distinto y además es completamente justo. Sólo podemos acercarnos a Dios en la medida en que él se nos acerca. Él puede descender hasta nosotros, pero para nosotros es imposible ascender a Él. Sólo él puede llevarnos consigo (Juan 14:1-6).
El hombre es criatura y Dios es el Creador. El hombre no tiene nada dios, cómo enseñan algunas religiones. Jesús es Hijo de Dios, porque descendió del Padre, estaba con el Padre desde el principio y es uno con el Padre (Juan 1:1, 3:12-13. 14:8-9). Nosotros somos hijos de Dios, porque somos criaturas suyas. Somos obra de sus manos, no la «imagen misma de sus sustancia» (Hebreos 1:1-3). Sólo podemos ir al Padre, por medio del Hijo (Juan 14:6).