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Archive for March, 2012

Desde muy tempranas épocas, y a lo largo del desarrollo de las doctrinas cristianas, el tema de la participación del hombre en la naturaleza divina ha sido objeto de amplias discusiones y especulaciones. Clemente de Alejandría (150 a 216 d.C) fue el primero en aplicar el término “deificar” (theopoien) para referirse a la finalidad de la salvación. Gregorio de Nacianzo (329-389 d.C), por su parte, fue quien inauguró el término “theosis“, el cual llegó a ser el punto central de muchos debates subsiguientes. Sin entrar en detalles de las numerosas e intrincadas discusiones que desde entonces se han suscitado en diversos círculos cristianos respecto a este asunto necesitamos hacer aquí seis observaciones importantes.

 

Primero. Las elaboraciones que sobre el tema hicieron los llamados “padres de la iglesia” y que luego tomaron mayor cuerpo entre los ortodoxos orientales heredaron una fuerte influencia griega, ausente en los escritos del Nuevo Testamento. De hecho en el NT no se habla de deificación, ni se usan los términos “theosis” o “theopoien“. Sin embargo, entre los griegos antiguos, así como entre los latinos, caldeos y egipcios, la divinización de los poderosos y virtuosos era una idea comúnmente aceptada. De ahí las ceremonias de apoteosis en dichas culturas.  No es de extrañar, pies, que pensadores cristianos, empapados todavía de su cultura y filosofía hablaran de la esperanza del evangelio como una theosis o  deificación de los creyentes.

 

Segundo. La Biblia mantiene claramente su enseñanza respecto a la trascendencia de Dios. Él es completamente otro. Él ha compartido con nosotros rasgos de su naturaleza como su amor, conocimiento, libertad, etc., pero eso no nos hace dioses. La creación en el marco bíblico es un acto libre, soberano, y externo de Dios. Todas las cosas y todos los seres fueron creados por Dios y permanecen fuera de él y completamente sujetos a Él. Ni las cosas, ni ninguno de los seres que existen por voluntad de Dios son extensiones o emanaciones de Él. La Biblia no enseña ningún tipo de panteísmo. El hombre fue creado imagen de Dios, pero no es Dios. Es ícono de Dios, pero no ser divino. El evangelio, nos abre la oportunidad de recobrar ese privilegio en plenitud, mas no nos deifica. Por medio de Jesucristo, Dios nos hace partícipes de su naturaleza, es decir, comparte con nosotros su gracia redentora, su conocimiento, su santidad, su vida eterna, y nos recibe en su seno como hijos, haciéndonos semejantes a Él, pero no con ello nos convierte en seres divinos. 

 

Tercero. Según la Biblia el gran problema humano es que Adán y sus descendientes, no conformes con ser ícono de Dios, queremos ser nosotros mismos Dios. Esta fue la fatal ilusión que acarreó la gran caída causante del caos cósmico, del que Dios nos quiere rescatar. No contentos con ser representantes de Dios en el gobierno de la creación, queremos ser gobernantes autónomos con los mismos poderes de Dios. De hecho en la descripción Bíblica de la tentación adámica ocupan un lugar central la serpiente y la mujer, símbolos precisamente del poder mágico en las religiones paganas. La armonía o “el descanso” de la salvación no se logra mediante el ejercicio del poder autónomo por parte del hombre, ni con la deificación de las criaturas, sino mediante la completa sujeción de la criatura a su Creador. Por eso, la frase del autor y consumador de nuestra fe debe convertirse en nuestro lema: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Por consiguiente, ser participantes de la naturaleza divina no implica ni garantiza en manera alguna que tengamos poderes sobrenaturales autónomos.

 

Cuarto. El milagro no es prerrogativa nuestra sino de Dios. Por ejemplo, si Él quiere sanar, sana. Si quiere hacerlo mediante procesos extraordinarios, lo hace. Pero igual si  decide usar procesos «normales», como por ejemplo las manos de un cirujano o el efecto de un medicamento; lo hace. Desde la perspectiva bíblica tanto la obra extraordinaria como los fenómenos comunes y cotidianos son actos de Dios. Todo está en sus manos y depende de Su Voluntad soberana. Las cosas que hoy nosotros tratamos de explicar mediante relaciones de causa y efecto en el plano físico, son según la Escritura obra de Dios. No por tomar un medicamento, deja de ser obra de Dios la recuperación de un enfermo. ¿Puede Dios sanar sin el recurso de ningún medicamento? ¡Claro que sí! Pero no por ello la sanidad que nos llega por medio de algún remedio es menos obra de Dios. Cuando los cristianos damos gracias a Dios por una persona que salió bien del hospital, creemos firmemente que fue Dios quien la sanó. 

 

Quinto. «Ser participantes de la naturaleza divina» es la intención cierta de las promesas que hemos recibido. Notemos que Pedro no dice que somos o hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina, sino que se han «dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina». Para que tal cosa suceda es necesario huir de la «corrupción que hay en el mundo». Los creyentes participamos ya de algunos rasgos de la naturaleza divina, pero todavía esperamos la consumación plena de las promesas que hemos recibido. Veamos lo que enseña la Biblia:

 

  • Hemos recibido la semilla de una vida totalmente nueva, la vida eterna (Juan 1:12, 1 Pedro 1:23).
  • Tenemos el Espíritu Santo que mora en nosotros, lo cual significa la morada de Dios en nuestro interior (Hechos 2:38, 5:32, I Corintios 6:19, Gálatas 4:6).
  • Vivimos conforme al Espíritu y «la ley del Espíritu de Vida nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8:1.2.9).
  • Ya no vivimos nosotros, sino Cristo vive en nosotros (Gálatas 2:20).
  • Estamos revestidos de un «nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» que «se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Efesios 4:24, Colosenses 3:10). 
  • «Somos hechos participantes de Cristo» y del Espíritu Santo (Hebreos 3:14, 6:4) 
  • Somos permanente transformados «de gloria en gloria… como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).
  • Dios nos disciplina para que participemos de Su Santidad (Hebreos 12:10)
  • Cristo va siendo formado en nosotros (Gálatas 4:19). 
  • El Espíritu Santo vivificará nuestros cuerpos mortales (Romanos 8:11). 
  • Llevaremos la imagen del hombre celestial, Cristo, cuando nuestros cuerpos sean transformados en la resurrección (1 Corintios 15: 49, 51). 
  • «Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1Juan 3:2)

 

Sin embargo, ninguna de estas cosas nos hace divinos.

 

Sexto. El poder de Cristo es divino (2 Pedro 1:3) puesto que Cristo es Dios (1 Pedro 2:1). Mediante el conocimiento de Cristo, los apóstoles recibieron «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad». Notemos el contraste entre la primera y la segunda persona del plural en estos versículos. En el verso 1, la fe de los lectores (habéis –2da. Persona– alcanzado… una fe) es igualmente preciosa que la de los apóstoles (la nuestra –1ra. Persona: la de Pedro y los demás apóstoles). En el verso 3 los apóstoles recibieron «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad» («nos han sido dadas –1ra. Persona–» – ver 1:16-18 y Juan 16:13) para que los lectores llegasen a ser participantes de la naturaleza divina (llegaseis –2da Persona–). Por eso, según el verso 5 también los lectores debemos añadir a la fe virtud, a la virtud conocimiento… etc. También Pedro nos pide a los lectores que «tengáis –2 Persona–memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles» (2 Pedro 3:2).

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Partamos de una definición sencilla. Digamos que un milagro es un acontecimiento portentoso que, a los ojos de quienes lo presencian, carece de explicación y aparece como una interrupción de los procesos naturales a los que están acostumbrados. En la Biblia estos portentos y maravillas se nos presentan como intervenciones soberanas del Creador, desde cuyo punto de vista, por supuesto, nada es extraordinario. Los escritores bíblicos reconocen que en el hueco de su mano está el universo (Is.40:12) y que Él estableció todas las leyes que lo rigen (Jeremías 31:35-36). Aunque los tiempos han cambiado y hoy contamos con teorías y métodos científicos para explicar los diversos fenómenos que observamos en la naturaleza, aún en nuestros días  tenemos que ser conscientes de las limitaciones de la ciencia y de lo mucho que queda por descubrir y entender.

Los ateos creen que Dios no existe; que la materia y la energía son eternas; y que todo es un sistema cerrado, “mecánico”, de causas y efectos que se regulan autónomamente a sí mismos. Los cristianos por otra parte creemos que Dios, que es espíritu, es eterno, y que Él creó con inteligencia todo lo que hay (Colosenses 1:15 y siguientes). Creemos que Dios tiene planes y propósitos para su creación, y que la sustenta y dirige de manera soberana. Es decir, creemos que Él interviene desde afuera en los procesos naturales que Él mismo creó. Sin embargo esto no significa que Dios actúe caprichosamente alterando constantemente las leyes y límites que él mismo estableció (Jeremías 31:35-36, Salmos 104).

A diferencia de otros relatos antiguos, producto de la religiosidad mágica de los pueblos primitivos, en la Biblia la naturaleza no surge de accidentes o pasiones en el mundo de los dioses. Al contrario, todo lo que existe es resultado de palabra-razón de Dios, su logos eterno (Hebreos 11:3, Juan 1:1-3). Sobre esta base, se establecen desde el Génesis los términos de nuestra relación con Dios. Adán y Eva, recién despertados a la consciencia humana reciben de Dios la comisión de ser sus representantes en la tierra, ejerciendo como tales control sobre ella (Génesis 1:26-29). Esto, por supuesto, asume la mediación de la palabra, razonable, comunicadora y creativa, en un mundo a su vez razonable y predecible. Por eso, desde la perspectiva bíblica, la historia transcurre en torno a la relación dialéctica entre el hombre que se rebela contra la misión que Dios le ha encomendado y Dios que busca rescatarlo con su Palabra del caos que él mismo crea con su rebeldía.  Este conflicto (amor vs. odio) ocurre generalmente en el marco de los procesos naturales “normales” y del devenir histórico social cotidiano, y no en el mundo mágico imaginado por las religiones primitivas. Pero Dios interviene portentosamente en los momentos cruciales del desarrollo de su plan salvífico, el cual es el hilo que une la meta narración que proponen las sagradas Escrituras.

Estas intervenciones portentosas de Dios se llaman “señales” (sucesos significantes) en la Biblia. Dios, por ejemplo, marcó el significado de la emancipación de los esclavos israelitas en el siglo XVI a.C. (?) con una serie impresionante de señales portentosas, adecuadas para enseñarle al pueblo naciente la relativa insignificancia de sus opresores y de los sistemas religiosos, políticos y sociales que les prestaban validez (Éxodo 4:8-30, 7:3, 8;23, 10:1 y 2, 13:9, Nehemías 9:9-15, Salmos 78:40-43). De igual manera la venida y ministerio de Jesús y los comienzos de su iglesia están marcados por diversos hechos portentosos que ilustran, sustentan y orientan la fe que hemos abrazado quienes creemos en la irrupción de una nueva era radicalmente distinta e innovadora a partir de los sucesos acaecidos en torno a Jesús en el siglo I de nuestra era (Juan 3:2, 5:36, 20:30-31, 1 Corintios 15:14, 2 Corintios 12:12, Hebreos 2:4).

Los milagros-señales en la Biblia acompañan los grandes momentos de la revelación histórica a Dios. El Dios de la Biblia se da a conocer en los procesos redentores que ocurren en el devenir de sus escogidos. Él es Dios que hace alianzas con su pueblo encaminándolo hacia la culminación pro-puesta de los tiempos. Así que la demostración implicada en sus intervenciones no es únicamente evidencia factual de su existencia o poder, sino también descubrimiento de su amor y de sus misterios. El milagro es mensaje revelador (señal orientadora) acogido y entendido por la comunidad que surge de las gestas históricas del Redentor. Por otro lado, para concluir esta breve reflexión, tomemos nota de que el “milagro” aislado, a-histórico, desconectado del hilo redentor que seguimos a lo largo de más de 1500 años de narrativa bíblica no pertenece a la fe cristiana auténtica, sino al mundo de la magia y del engaño (Exodo 7:11-12. 12. 8:7.18, Mateo 7:21-23, 2 Tesalonicenses 2:7-11,  Apocalípsis 13:11-14).

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