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Archive for October, 2009

Cercas y Ventanas

Hace muchos años, siendo un adolescente ávido de pautas que me ayudaran a resolver el enredo de mis pensamientos escuché a un misionero norteamericano que, en un español maltratado, intentaba ilustrarnos el beneficio de las reglas en la vida. Contó que una vez había una pequeña escuela al lado de una vía grande y muy transitada. Mientras hablaba iba dibujando en un viejo tablero pintado de negro la escuela, un espacio de recreo frente y la avenida con sus carros, que pasaba justo al terminar el área de recreo. Él decía que todos los días los niños se asomaban a la puerta y miraban por las ventanas con ganas de salir a jugar en el espacioso campo frente a la escuela; pero los maestros, temerosos de que algún pequeño descuidado fuera a salirse a la avenida, nunca los dejaban salir. Tenían que pasar el recreo aburridos en un pequeño patio en el interior de la escuela. Un día unas personas generosas del barrio decidieron construir una cerca al rededor de la escuela. Así los niños podrían correr libremente, sin temor alguno. El día en que se terminó de construir la cerca –y el misionero pintó la cerca al rededor del terreno– todos los niños salieron corriendo a disfrutar libremente su recreo, mientras los maestros despreocupados se sentaron a charlar y a verlos jugar. La moraleja era clara. Las reglas, como aquella cerca, nos protegen y lejos de coartar nuestra libertad la promueven.

Aquella simple ilustración me ayudó mucho mientras en mi deseo de ser hombre y adulto luchaba dentro de mí mismo con las reglas y prohibiciones de la casa, la iglesia y la escuela. Es verdad que necesitamos las cercas y las paredes. No podemos vivir a la intemperie. ¿Cuál sería el caos si no tuviéramos paredes tras las cuales resguardarnos? El problema no es únicamente la inclemencia del clima; sino la confusión, el desorden y los terribles conflictos en los que nos meteríamos al violar constantemente los espacios los unos de los otros. Las normas, los principios, las tradiciones y los parámetros de nuestra fe son como las paredes de nuestra casa. Nos dan identidad, seguridad y un sentido de pertenencia. A veces escucha uno «adolescentes» en la fe que quieren echar por la borda todas las restricciones eclesiásticas. Piensan que el verdadero camino a la libertad espiritual es vivir la fe a la intemperie, sin iglesias, ni reglas, ni doctrinas, ni tradiciones. Pero como bien lo ilustraba mi amigo el misionero, tal «visión» no conduce a nada más de que la fatalidad y la pérdida eventual de la verdadera libertad. Los espacios correctamente delimitados nos ayudan a explorar y a crecer con alegría y confianza. Pero hay algo muy importante que debemos recordar: Necesitamos puertas y ventanas.

El apóstol Pablo decía: «Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.» (Efesios 4:1-3). Vivir dignamente y ser una comunidad de fe unida y vigorosa requiere de espacios claramente demarcados por pautas doctrinales, morales y cultuales. Derrumbar las paredes es destruir la comunidad y la fe. Pero encerrarse entre paredes inamovibles, sin puertas ni ventanas, es asfixiarse y morirse lentamente en el aislamiento. Pablo dice que hay ser humildes, amables, pacientes y tolerantes. Esas son las ventanas y las puertas de nuestra comunidad. La humildad es una ventana a la belleza del otro, es la capacidad de ver el mundo desde otras perspectivas. Cuando falta la humildad solo vemos hacia adentro, hacia las fantasías del ego envanecido. Si tenemos humildad podemos ver afuera, al oriente, al occidente, al norte y al sur, arriba y abajo. La amabilidad nos permite entrar a los espacios de otros e invitar a otros a entrar en los nuestros. Mantiene el diálogo y nos permite experimentar el mundo del otro sin perder nuestro sentido de identidad, y sin olvidarnos de cuál es nuestro hogar. La tolerancia nos ayuda a reconocer que tenemos que ser flexibles los unos con los otros, que de repente los límites que hemos establecidos con nuestras propias tradiciones y experiencias deben ajustarse para dar paso al crecimiento y la madurez, sin que eso signifique quedarse a la intemperie. Ninguna comunidad inflexible e intolerante, cerrada a las perspectivas de los demás, puede sobrevivir los cambios de los tiempos. Vive de la tendencia, pasa con la moda. Pero por otro lado, ni la comunidad ni la fe sobreviven el caos del campo abierto. Necesitamos iglesias con paredes y techo para resguardarnos y saber quiénes están adentro y quiénes están afuera; pero necesitamos puertas y ventanas para expandiremos y crecer. Las doctrinas y las normas no están ahí para encerrarnos, sino para dejarnos correr con alegría y libertad.

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Verbo de Dios

Desconozco por qué motivo los traductores de la versión Reina-Valera de la Biblia escogieron traducir la palabra griega «logos» por «Verbo» cuando en los escritos joaninos se refiere a Jesús. Quizás los influyó la traducción de la Vulgata Latina, «Verbum»; pero sea cual fuere la razón, al reflexionar sobre Jesús y en nuestra fe en él, pienso que fue una traducción muy afortunada y me quedo con ella. Cuando me refiera a Juan 1:1.14, I Juan 1:1, 5:7 y Apocalipsis 19:13, voy a seguir citando de la Reina-Valera. Pudiéramos traducir el «logos» griego diciendo por ejemplo: «En el principio era el Concepto de Dios…», o «la razón de Dios…», o  «el Discurso de Dios…», o como muchos han traducido, «la Palabra de Dios». Sin embargo, ninguna de estas traducciones tiene la fuerza que en nuestros días tiene la traducción de la Reina-Valera. Cuando los cristianos hoy, afirmamos que Jesús es Verbo estamos declarado inmediatamente que es »acción y movimiento». Si no repetimos sin reflexión esta frase, descubrimos que tiene profundas implicaciones para nuestra vida.

Usualmente equiparamos la fe con conjunto de creencias que uno tiene. Pero la fe, conceptualizada de este modo es simplemente un ejercicio intelectual, desposeído de vida real. Es un un mundo inmaterial e irreal a donde el intelecto escapa para no confrontar los desafíos reales de la vida. Santiago decía: «muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras.» (Santiago 2:18). También decía: «la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta.» (Verso 17). Si la fe se queda sólo en palabras, formulas y convicciones intelectuales, es una fe muerta; es decir inútil y prácticamente inoperante, incapaz de salvar a nadie. No importa cuan lógicas y verdaderas sean las proposiciones. Sin no hay acción, no hay vida. La verdadera fe en Jesús entraña compromiso, movimiento y acción. Es fe en el Verbo de Dios, fe capaz de encarnarse y vivir auténtica y eficazmente. Si la fe de uno no encuentra una articulación real en el quehacer cotidiano, hay que hacer un alto y preguntarse si realmente uno cree en el Verbo de Dios.

Jesús es el Verbo de Dios porque nos comunica a Dios de la manera más exacta. ¿Cómo? Jesús no vino a decir palabras de Dios. Él vino y trabajó  (Juan 5:17). Jesús fue Dios presente entre nosotros (Juan 1:14), porque trabajó como Dios trabaja para redimir la creación. Jesús es Verbo de Dios porque creó al mundo en el principio, y está creando ahora «un cielo nuevo y una tierra nueva». «Crear» es un verbo, no un sustantivo. Los verbos hacen y crean, los sustantivos nombran lo que ha sido hecho. Jesús no solamente nombra, repite y clasifica. Él trabaja y crea vida con su trabajo. Jesús trabaja con inteligencia, amor y compromiso. Lo suyo no es euforia ni sentimentalismo. Es acción visionaria, planeada y entregada; compromiso transformador, liberador y vivificador. Por eso la traducción que ha mantenido la Reina-Valera es especialmente providencial en nuestros días, en los cuales se dicen y se escriben diariamente millones de palabras, que se publican en millones de espacios. Entre tantas palabras que giran siempre sobre lo mismo está Jesús, Verbo creador de Dios. Creer de verdad en el verbo de Dios, es convertirse en eco vivo de la constante y renovadora acción de Dios en el mundo. Es comprometerse a ser imagen de Dios trabajador. Es estar donde Dios quiere estar y hacer lo que Dios quiere hacer, desde las limitaciones y la debilidad de nuestros frágiles «vasos de barro», alentados por la vitalidad de su Espíritu.

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Ya por unas tres décadas Arjona ha estado preguntando a los cuatros vientos: ¿Qué haces hermano leyendo la Biblia todo el día? No sé cual habrá sido originalmente la intención del compositor con su pregunta. Para mí la respuesta es ambigua. Sabemos de muchos que se la pasan estudiando la Biblia y no practican; pero también hay muchos que no la pueden practicar por no la conocen en absoluto. A medida que transcurren los años y cambian los tiempos, me da la impresión de que incluso un número creciente de cristianos están pensando que la fe es más cuestión de actitudes que de conocimiento. Pronto recordamos que Pablo decía que «el conocimiento envanece, mientras que el amor edifica», y sin pensarlo dos veces damos por justificada nuestra falta de estudio bíblico, y hasta sentimos un «santificado» desdén por aquellos que buscan tenerlo.

La Biblia se escribió para que leamos una y otra vez. Sus historias, sus profecías, sus cartas están ahí para que las estudiemos, las analicemos y aprendamos de ellas. Pablo decía: «todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza.» (Romanos 15:4). En pleno apogeo de la posmodernidad, frente al más profundo relativismo y sincretismo y de cara a un futuro más impredecible que nunca, el estudio serio y dedicado de la Biblia se vuelve aún más relevante. Conocer la historia bíblica y su interpretación teológica nos permite echar raíces en el plan eterno de Dios para resistir con firmeza las avalanchas de los vientos tormentosos del futuro, cuya fuerza ha hemos empezado a sentir por muchas partes en nuestro propio presente. Descubrir los valores que por siglos sustentaron a nuestros precursores en la fe y articularlos en medio de los retos que se nos presentan hoy es el ancla de la salvación para nuestra generación.

El apóstol Pedro recomendaba: «ceñid vuestro entendimiento para la acción» (1 Pedro 1:13 – Biblia de las Américas). Este significa que hay que prepararse con conocimiento e inteligencia para actuar. No se trata aquí de multiplicar teorías y argumentos; sino de aprender a pensar con cordura, dirección y contenido. Se trata de acostumbrarse a evaluar toda información recibida para «retener lo bueno y desechar lo malo». Hay que estar dispuestos a cotejar los «tiempos y las señales» actuales con los propósitos revelados de Dios. Hay que aprender a debatir, no tanto ya con el adversario externo que difiere de nuestros puntos de vista sino con nosotros mismos que enfrentamos cuestionamientos y dilemas nuevos a cada paso. Hay que estar entrenados para hacer que triunfe la verdad, no tanto ya en el podio de la discusión pública sino en el interior de nuestro corazón, donde debemos tomar decisiones trascendentales y asumir posturas auténticas respecto de nosotros mismos.

Estudiar la Biblia concienzudamente es hoy una necesidad urgente, no para demostrarle a otros que sabemos lo que dice «El Libro» sino para vivir con verdadero aplomo nuestra vida cuando el mundo cambia constantemente de cimientos y ensaya construyendo nuevas formas sin forma, caminos sin destinos y escaleras sin pisos. Pablo advirtió claramente que el propósito de la educación cristiana es que no seamos «zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza…» (Efesios 4:14). Estas palabras me suenan muy pertinentes porque pienso que tal vez nuestra época es el tiempo cuando más la información y el conocimiento se parecen al viento caprichoso y el devenir histórico a las olas que van inciertas de un lado al otro.

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