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Dios es misericordioso

El Antiguo Testamento destaca la misericordia (he. רַחַם – racham) de Dios. Esta palabra evoca ternura, compasión, el afecto entrañable que el sufrimiento de un hijo puede despertar en su madre (Salmos 25:6, 103:4, 119:77, 119:156, 103:13).  La compasión de Dios es, sin embargo, una acto totalmente libre de su voluntad, en conformidad con a sus planes soberanos y rectos (Éxodo 33:19).

En el Nuevo Testamento la palabra es ἔλεος (eleos) (Tit0 3:5, Efesios 2:4, 1 Pedro 1:3). La misericordia de Dios se refiere a su amor hacia los pobres, los que sufren y los que están perdidos (Salmos 34:6, Lucas 19:10, Salmos 34:18, Lucas 4:18).

La misericordia de Dios es evidente en su ley (Deuteronomio 15:7-9, 24:14-15, 1 Samuel 2:8, ), en sus expectativas morales (Salmos 41:1, Salmos 72:12-13, Salmos 112:1-9, Proverbios 14:21. 31), en sus juicios (Salmos 12:5).

Dios liberó a los israelitas del yugo de Egipto, porque se compadeció de sus aflicciones (Éxodo 3:7). Jesús se compadeció de los enfermos (Marcos 1:41, Mateo 14:14). También tuvo compasión de las multitudes descarriadas (Mateo 9:36), y por eso les ensañaba (Marcos 6:34). El que se arrepiente de sus maldades y busca a Dios arrepentido encuentra Su misericordia (Isaías 55:7).

Dios es generoso

Tal vez una de las más grandes y gratas sorpresas que un encuentra al leer la Biblia y encontrarse con su autor es descubrir que Dios no nos trata de acuerdo a nuestro méritos. Dios es bueno y generoso y a pesar de nuestras muchas fallas se empeña en amarnos y salvarnos. Dios sabe perfectamente que somos pecadores, pero aún así nos ama y nos propone su alianza.

La palabra hebrea חֵן (chen) implica «favor inmerecido, gratuito, abundante y generoso». Viene del verbo חָנַן (chanan) que significa «hacer un favor, tener misericordia, ser generoso, o ser compadecido, o pedir un favor». Noé vivió mejor que todos los de su generación, pero se salvó porque halló gracia delante de Dios (Génesis 6:8). Jacob en su encuentro con su hermano Esaú después de haber estado ausente, huyendo de él, por muchos años reconoció que todas sus pertenencias eran el resultado de la generosidad divina (Génesis 33:11). A Abraham su fe le fue contada por justicia (Génesis 15:6). Y David reconoció que la felicidad es para aquel a quien Dios le ha perdonado sus pecados (Salmos 32:1-2). Pronto todos los que anduvieron con Dios descubrieron que es generoso y compasivo, y por consiguiente lento para la ira y grande en amor y fidelidad (Exodo 34:6). Dios actúa con gracia porque ser generoso es su carácter propio (Isaías 43:25). Vale la pena arrepentirse y volverse a Dios, precisamente por Él es generoso, tardo para la ira y lleno de amor (Joel 2:13).

En el Nuevo Testamento el grato descubrimiento de la gracia de Dios brota con impetuosa fuerza en cada página. Al descubrir a Dios en Jesús, los creyentes quedaron absolutamente maravillados ante el alcance y la profundidad de la gracia divina, que ya se había hecho palpable desde el principio. La palabra griega es χάρις (gracia, favor). María halló gracia ante Dios (Lucas 1:30) y fue escogida como madre del Salvador, Jesús. El niño crecía y la gracia de Dios estaba con él (Lucas 2:40. 52). Desde su engendramiento e infancia, Jesús demostró la actitud bondadosa y generosa de Dios para con la humanidad. Él es el verbo de Dios, hecho carne, lleno de gracia y verdad (Juan 1:14). De él proviene la gracia gratuita de Dios para todos (Juan 1:15-17).  Para los primeros cristianos hablar del evangelio no era otra cosa que hablar de la gracia de Dios (Hechos 13:13-43, 1 Pedro 1:10, Hechos 20:24); o de la gracia de Cristo (Hechos 15:1-11), que ofrece la salvación gratuita para todo el que crea en él. Vivir la fe es tener confianza, aprecio y cuidado por la gracia de Dios que se nos ha mostrado y cuyo desenlace glorioso esperamos (Hebreos 12:15, 1 Pedro 1:13, Hebreos 4:16). Así como la sangre que nos redime del pecado y la salvación que recibimos en Cristo, así también el Espíritu Santo que recibimos al bautizarnos es el resultado de la gracia generosa de Dios (Hechos 2:38, Hebreos 2:9Hebreos 10:29).

La doctrina sobre la gracia de Dios es fundamental en el Nuevo Testamento. La gracia es la base de nuestra salvación (Tito 2:11-12, Efesios 2:8, Romanos 3:23-24, Tito 3:5-7). La encarnación de Cristo la demuestra (2 Corintios 8:9). Tenemos acceso a ella mediante Jesucristo (Romanos 5:2). La gracia de Dios es el soporte de nuestra consolación y esperanza (2 Tesalonicenses 2:15-16). Es la base fundamental de cualquier ministerio (Gálatas 1:15, 2:9, 1 Corintios 15:10, Efesios 3:2. 7). La gracia de Dios es absolutamente central en la sana teología. Cualquier discurso teológico que gire en torno a temas secundarios conduce a la perdición. Los antiguos fariseos erraron fatalmente al convertir su religión en un conjuntos de reglamentos, lineamientos y directrices para presentarse ante Dios como sujetos merecedores de sus favores, lo cual lleva en sí mismo el germen mortal de la contradicción y la inconsistencia.

He escrito algunos artículos respecto a lo que se necesita para tener programas evangelísticos efectivos en nuestras iglesias. Hasta el momento hemos identificado tres fundamentos claves: Necesitamos amar sinceramente a la gente que no es cristiana, tenemos que fijar objetivos evangelísticos claros, y debemos tener una idea clara de lo que es el evangelio. En este artículo me gustaría abordar otros dos aspectos igualmente fundamentales.

En primer lugar, si en realidad queremos ser iglesias evangelísticas, tenemos que identificar nuestros valores como gente llamada a «anunciar las virtudes de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia». El evangelio es una oportunidad de redención. Es una invitación a vivir una vida más completa y verdadera; una llamado a tomar el camino que asciende hacia el cielo. Creer en el evangelio supone que comparemos los valores del mundo con la esperanza que se realiza en el reino de Dios, y que rechazamos los valores mundanos para hacernos ciudadanos del reino. Compartir el evangelio con otros es instarlos a renunciar a sus convicciones y patrones de comportamiento previos, para aceptar el «typos» que presenta el maestro de Galilea. Obvio que tenemos que preguntarnos ¿realmente valoramos su «typos» de vida? No podemos predicar Su evangelio, mientras mantengamos los valores y modelos del mundo. Predicar el evangelio es un asunto de vida y experiencia. No decimos: «oye lo que quiero decirte», si que decimos: »ven y ve lo que hemos encontrado en Jesús». Cuando la gente venga a nuestras iglesia, necesitan ver que realmente somos gente comprometida con ser discípulos que quieren vivir la propuesta del Salvador.

Finalmente, si queremos que nuestras iglesias crezcan, tenemos que estar dispuestos a invertir tiempo y recursos. Se necesita gente para anunciar el evangelio. La gran comisión dice: «vayan». No podemos esperar que la gente venga a nuestros edificios. Tenemos que ir a donde están. En todas partes, hay gente que necesita oír el evangelio. Hay miles de personas que deben ser despertadas con el llamado del evangelio y por el impacto de la Semilla de Buenas Nuevas, creciendo y germinando en sus comunidades. Pero tiene que haber gente que enseñe, siervos que planten, obreros que recojan. La mejor estrategia de crecimiento fracasa, sin recursos ni obreros. Por consiguiente al pensar en nuestra estrategia de evangelización cada uno de nosotros tiene que preguntarse concienzudamente: Realmente estoy listo para invertir en este esfuerzo? Mi tiempo y mis recursos están realmente comprometidos con el Evangelio? Realmente creo en la Gran Comisión? Recuerda que TU eres una parte FUNDAMENTAL en la evangelización.

En un artículo que apareció hace un par de semanas observé que, aunque estamos en la era de las comunicaciones, evangelizar es mucho más que «publicar algún tipo de texto». Si realmente queremos que crezcan los números en nuestras iglesias debemos aprender primero a amar a los que no asisten a la iglesia. Los inconversos tienen que convertirse en personas verdaderamente importantes para nosotros. También anoté que debemos enfocarnos en objetivos potentes y claros que nos permitan llegar a aquellos que son más receptivos a la palabra de Dios. Estas dos condiciones son básicas, pero hay además otras que son igualmente indispensables.

Parece demasiado obvio, pero realmente el componente más importante de la evangelización es el evangelio mismo. De hecho, puedo pensar en por lo menos tres riesgos en los que podemos incurrir a la hora de planear el crecimiento de nuestras iglesias. El primero, sería conformarnos con una versión defectuosa del evangelio. El segundo sería confundir el mensaje con los medios para anunciarlo. Y el tercero, podría ser confundir el evangelio con la enseñanza para la vida cristiana. En el primer caso sería como si alguien quiera vendernos un producto inútil; en el segundo, como si nos quieran vender el paquete en vez del producto; y en el tercero, como si quisieran vendernos el manual sin conocer el producto.

Han pasado ya casi dos mil años desde que Jesús y sus apóstoles anunciaron por primera vez el mensaje de salvación. Durante este largo periodo muchos han producido versiones espurias del Evangelio. El verdadero cristianismo proviene del evangelio verdadero. Por consiguiente evangelizar no es simplemente traer gente a la iglesia. Es «concectarlos» con la «buena nueva» que originó la fe cristiana en el siglo primero. La verdadera evangelización siempre tendrá que ver con conducir a otros a la fuente original de fe, de la cual da testimonio el Nuevo Testamento. Este es el único mensaje que trae salvación. Es el tesoro que tenemos qué compartir con quienes no lo conocen.  Sin embargo, debemos ser cuidadosos de que al insistir en la pureza del evangelio no tratemos de que igualmente otros acepten las formas tradicionales de comunicarlo.

Mucho mal se puede hacer a la causa de Cristo si no entendemos que el evangelio llama la atención a distintas personas de diversas maneras. Si queremos realmente evangelizar tenemos que estar prestos a llevar el evangelio a las gentes con los métodos y en los medios que más les llamen la atención. No existe ninguna necesidad de insistir en los métodos tradicionales, puesto que lo que salva es el evangelio; no los métodos mediante los cuales se comparte. Es más, insistir en los medios y los métodos puede obstaculizar la recepción del evangelio y aún distorsionar su significado.

Por último, por más que apreciemos la totalidad de la enseñanza de la Biblia, necesitamos entender que el evangelio es «el poder de Dios para salvación», mientras que el resto de la Biblia fue escrita para enseñarnos cómo vivir la vida de salvos y para animarnos a perseverar en nuestra esperanza. Evangelizar es compartir con otros el plan de Dios para su salvación. No es enseñarles todo lo concerniente a la vida en la iglesia. La gente se salva obedeciendo al evangelio. El Señor entonces los añade a la iglesia, para que crezcan y aprendan todo lo que puedan. Vamos pues a anunciarles el evangelio y animarlos a obedecerlo. Luego, tendrán el resto de su vida para seguir a Jesús por el camino estrecho que conduce al cielo. Por consiguiente, tan obvio como pueda parecer, un paso importante a la hora de planear una estrategia evangelista es aclarar y entender bien el mensaje que queremos anunciar.

Esta es la primera parte de dos artículos que publicaremos en español e ingles. La versión en inglés de este articulo se publicó en el boletín de la semana pasada. La próxima semana, publicaremos la segunda parte en inglés y luego la respectiva versión en español la siguiente semana

Siendo un cristiano consciente de la importancia que tiene «La Gran Comisión», siempre he tenido interés en cualquier método de evangelización que pueda estimular el crecimiento de la iglesia. Me quedo asombrado al ver cómo el las últimas décadas vamos contando con cada vez más medios poderosos y rápidos para difundir el evangelio y propiciar el crecimiento de la iglesia. Vivimos en una gran bonanza de comunicación. Este es sin duda el tiempo ideal para tener un mensaje y esparcirlo. Esta debería la era de la evangelización para la iglesia. Sin embargo, evangelizar es más que medios y métodos. El crecimiento de una iglesia requiere más que panfletos vistos, páginas web dinámicas o videos en YouTube. Aquí hablaremos de dos condiciones que son absolutamente necesarias.

En primer lugar los cristianos tenemos que entender las necesidades de la gente que no es religiosa. Además debemos estar al tanto de sus preferencias respeto a los estilos de comunicación. Esto simplemente quiere decir que debemos aprender de nuestro Señor Jesucristo a respetar y amar a la gente, incluso aquellos que no pertenecen a nuestro círculo de cristianos. El amor genuino hacia los demás es la base del evangelismo efectivo. Amar a otros implica apreciar sus características únicas, interesarse en sus opiniones, buscar medios para alcanzarlos no importa qué tan lejos estén de nosotros social, cultural, e incluso moralmente. Amar a otros quiere decir oírlos cuando hablan de sus problemas, sus angustias, sus sueños, o sus vidas. Antes de diseñar cualquier anuncio, debemos preguntarnos si la gente a la que queremos alcanzar, realmente nos interesa. ¿Estamos listos para llamarlos nuestros «proximos» a pesar de ser lo que son? ¿O queremos que se vuelva como nosotros antes de extenderles amor fraternal? ¿Los amamos de verdad o estamos tan enamorados de nosotros mismos que simplemente queremos sentirnos bien pretendiendo que estamos alcanzando a otros? El primer paso hacia un crecimiento congregacional efectivo es darnos cuenta de que estamos aquí para extender el amor, la paciencia y la amabilidad de Dios a aquellos que están lejos de Él. Pero el amor y la amabilidad no son suficientes.

La iglesia debe tener objetivos evangelísticos claros y debemos entender que las personas reaccionan de diversos modos a la propuesta del evangelio. ¿Qué queremos? ¿Queremos mantener nuestros programas y estructuras, o queremos traer almas a Cristo? ¿Queremos que los números reflejen la popularidad de nuestra iglesia, o cuántas personas están siendo redimidas por la sangre de Cristo? ¿Queremos otros se vuelvan discípulos de Cristo y seguidores del camino de los apóstoles o amigos personales que apoyen nuestras preferencias religiosas? Necesitamos hacer decisiones importantes y adquirir compromisos serios respecto a estas preguntas si es que queremos que nuestros esfuerzos evangelísticos tengan éxito.Además, y muy relacionado con esto, tenemos que entender que Jesús no es para todo el mundo. Hay vastos segmentos de la población que no están listos para Su propuesta. Pero hay muchos que sí lo están. Ser una iglesia evangelística significa identificar estas últimas personas y concentrarse en alcanzarlos. ¿Quiénes son estas personas? ¿Dónde están? ¿Cómo podemos alcanzarlas? ¡Estas preguntas que se deben contestar. Plantemos la semilla en todas partes, pero concentremos nuestros esfuerzos en los mejores terrenos!


Tal como sucede en cada tragedia que ocurre en este planeta, voces irreverentes se levantan en todas partes para decir sin mayor reflexión, y con harta pasión, lo que primero les dictan sus vísceras. Desde la impetuosa y cretina aseveración de Pat Robertson quien explicó la desgracia Haitiana como un castigo divino, por ser Haiti un país que ha pactado con el diablo, hasta los insultos de ateos encolerizados que aprovechan cada oportunidad para ridiculizar la fe cristiana; una y otra vez escuchamos opiniones y argumentos que pretenden explicar en breves palabras los terremotos de Haiti y la enorme devastación que causaron. Ocasionalmente, algunos voceros oficiales de las religiones cristianas se levantan para decir con malabáricos artificios filosóficos que no tienen respuesta o que de alguna manera Dios no es tan poderosos como pensábamos. Pero ante tanto dolor humano, cabe mas bien guardar silencio.

Hacer silencio, pero no el silencio del que rehusa intelectualmente responder a las preguntas de sus contrincantes. No estamos hablando aquí de hacer silencio para «salirse por la tangente»; sino del silencio contemplativo de los creyentes que humilde y reverentemente reflexionan sobre la transitoriedad de la vida y hallan solaz en la Palabra bíblica, gestada las más de las veces en la angustia y en el llanto. Es el silencio solidario de los que reconocemos que, de una y otra manera, con nuestras acciones o con nuestra modorra, somos cómplices causantes del dolor de otros. Es el silencio sorpresivo de los que de repente nos damos cuenta de que el hambre, la miseria y la injusticia han venido enterrando por años al pueblo haitiano, mientras nosotros hemos gastado nuestros años en veleidades. Es el silencio de la oración que no encuentra otro recurso que implorar en secreto al Padre que milagrosamente traiga consuelo y salvación.

Cercas y Ventanas

Hace muchos años, siendo un adolescente ávido de pautas que me ayudaran a resolver el enredo de mis pensamientos escuché a un misionero norteamericano que, en un español maltratado, intentaba ilustrarnos el beneficio de las reglas en la vida. Contó que una vez había una pequeña escuela al lado de una vía grande y muy transitada. Mientras hablaba iba dibujando en un viejo tablero pintado de negro la escuela, un espacio de recreo frente y la avenida con sus carros, que pasaba justo al terminar el área de recreo. Él decía que todos los días los niños se asomaban a la puerta y miraban por las ventanas con ganas de salir a jugar en el espacioso campo frente a la escuela; pero los maestros, temerosos de que algún pequeño descuidado fuera a salirse a la avenida, nunca los dejaban salir. Tenían que pasar el recreo aburridos en un pequeño patio en el interior de la escuela. Un día unas personas generosas del barrio decidieron construir una cerca al rededor de la escuela. Así los niños podrían correr libremente, sin temor alguno. El día en que se terminó de construir la cerca –y el misionero pintó la cerca al rededor del terreno– todos los niños salieron corriendo a disfrutar libremente su recreo, mientras los maestros despreocupados se sentaron a charlar y a verlos jugar. La moraleja era clara. Las reglas, como aquella cerca, nos protegen y lejos de coartar nuestra libertad la promueven.

Aquella simple ilustración me ayudó mucho mientras en mi deseo de ser hombre y adulto luchaba dentro de mí mismo con las reglas y prohibiciones de la casa, la iglesia y la escuela. Es verdad que necesitamos las cercas y las paredes. No podemos vivir a la intemperie. ¿Cuál sería el caos si no tuviéramos paredes tras las cuales resguardarnos? El problema no es únicamente la inclemencia del clima; sino la confusión, el desorden y los terribles conflictos en los que nos meteríamos al violar constantemente los espacios los unos de los otros. Las normas, los principios, las tradiciones y los parámetros de nuestra fe son como las paredes de nuestra casa. Nos dan identidad, seguridad y un sentido de pertenencia. A veces escucha uno «adolescentes» en la fe que quieren echar por la borda todas las restricciones eclesiásticas. Piensan que el verdadero camino a la libertad espiritual es vivir la fe a la intemperie, sin iglesias, ni reglas, ni doctrinas, ni tradiciones. Pero como bien lo ilustraba mi amigo el misionero, tal «visión» no conduce a nada más de que la fatalidad y la pérdida eventual de la verdadera libertad. Los espacios correctamente delimitados nos ayudan a explorar y a crecer con alegría y confianza. Pero hay algo muy importante que debemos recordar: Necesitamos puertas y ventanas.

El apóstol Pablo decía: «Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.» (Efesios 4:1-3). Vivir dignamente y ser una comunidad de fe unida y vigorosa requiere de espacios claramente demarcados por pautas doctrinales, morales y cultuales. Derrumbar las paredes es destruir la comunidad y la fe. Pero encerrarse entre paredes inamovibles, sin puertas ni ventanas, es asfixiarse y morirse lentamente en el aislamiento. Pablo dice que hay ser humildes, amables, pacientes y tolerantes. Esas son las ventanas y las puertas de nuestra comunidad. La humildad es una ventana a la belleza del otro, es la capacidad de ver el mundo desde otras perspectivas. Cuando falta la humildad solo vemos hacia adentro, hacia las fantasías del ego envanecido. Si tenemos humildad podemos ver afuera, al oriente, al occidente, al norte y al sur, arriba y abajo. La amabilidad nos permite entrar a los espacios de otros e invitar a otros a entrar en los nuestros. Mantiene el diálogo y nos permite experimentar el mundo del otro sin perder nuestro sentido de identidad, y sin olvidarnos de cuál es nuestro hogar. La tolerancia nos ayuda a reconocer que tenemos que ser flexibles los unos con los otros, que de repente los límites que hemos establecidos con nuestras propias tradiciones y experiencias deben ajustarse para dar paso al crecimiento y la madurez, sin que eso signifique quedarse a la intemperie. Ninguna comunidad inflexible e intolerante, cerrada a las perspectivas de los demás, puede sobrevivir los cambios de los tiempos. Vive de la tendencia, pasa con la moda. Pero por otro lado, ni la comunidad ni la fe sobreviven el caos del campo abierto. Necesitamos iglesias con paredes y techo para resguardarnos y saber quiénes están adentro y quiénes están afuera; pero necesitamos puertas y ventanas para expandiremos y crecer. Las doctrinas y las normas no están ahí para encerrarnos, sino para dejarnos correr con alegría y libertad.

Verbo de Dios

Desconozco por qué motivo los traductores de la versión Reina-Valera de la Biblia escogieron traducir la palabra griega «logos» por «Verbo» cuando en los escritos joaninos se refiere a Jesús. Quizás los influyó la traducción de la Vulgata Latina, «Verbum»; pero sea cual fuere la razón, al reflexionar sobre Jesús y en nuestra fe en él, pienso que fue una traducción muy afortunada y me quedo con ella. Cuando me refiera a Juan 1:1.14, I Juan 1:1, 5:7 y Apocalipsis 19:13, voy a seguir citando de la Reina-Valera. Pudiéramos traducir el «logos» griego diciendo por ejemplo: «En el principio era el Concepto de Dios…», o «la razón de Dios…», o  «el Discurso de Dios…», o como muchos han traducido, «la Palabra de Dios». Sin embargo, ninguna de estas traducciones tiene la fuerza que en nuestros días tiene la traducción de la Reina-Valera. Cuando los cristianos hoy, afirmamos que Jesús es Verbo estamos declarado inmediatamente que es »acción y movimiento». Si no repetimos sin reflexión esta frase, descubrimos que tiene profundas implicaciones para nuestra vida.

Usualmente equiparamos la fe con conjunto de creencias que uno tiene. Pero la fe, conceptualizada de este modo es simplemente un ejercicio intelectual, desposeído de vida real. Es un un mundo inmaterial e irreal a donde el intelecto escapa para no confrontar los desafíos reales de la vida. Santiago decía: «muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras.» (Santiago 2:18). También decía: «la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta.» (Verso 17). Si la fe se queda sólo en palabras, formulas y convicciones intelectuales, es una fe muerta; es decir inútil y prácticamente inoperante, incapaz de salvar a nadie. No importa cuan lógicas y verdaderas sean las proposiciones. Sin no hay acción, no hay vida. La verdadera fe en Jesús entraña compromiso, movimiento y acción. Es fe en el Verbo de Dios, fe capaz de encarnarse y vivir auténtica y eficazmente. Si la fe de uno no encuentra una articulación real en el quehacer cotidiano, hay que hacer un alto y preguntarse si realmente uno cree en el Verbo de Dios.

Jesús es el Verbo de Dios porque nos comunica a Dios de la manera más exacta. ¿Cómo? Jesús no vino a decir palabras de Dios. Él vino y trabajó  (Juan 5:17). Jesús fue Dios presente entre nosotros (Juan 1:14), porque trabajó como Dios trabaja para redimir la creación. Jesús es Verbo de Dios porque creó al mundo en el principio, y está creando ahora «un cielo nuevo y una tierra nueva». «Crear» es un verbo, no un sustantivo. Los verbos hacen y crean, los sustantivos nombran lo que ha sido hecho. Jesús no solamente nombra, repite y clasifica. Él trabaja y crea vida con su trabajo. Jesús trabaja con inteligencia, amor y compromiso. Lo suyo no es euforia ni sentimentalismo. Es acción visionaria, planeada y entregada; compromiso transformador, liberador y vivificador. Por eso la traducción que ha mantenido la Reina-Valera es especialmente providencial en nuestros días, en los cuales se dicen y se escriben diariamente millones de palabras, que se publican en millones de espacios. Entre tantas palabras que giran siempre sobre lo mismo está Jesús, Verbo creador de Dios. Creer de verdad en el verbo de Dios, es convertirse en eco vivo de la constante y renovadora acción de Dios en el mundo. Es comprometerse a ser imagen de Dios trabajador. Es estar donde Dios quiere estar y hacer lo que Dios quiere hacer, desde las limitaciones y la debilidad de nuestros frágiles «vasos de barro», alentados por la vitalidad de su Espíritu.

Ya por unas tres décadas Arjona ha estado preguntando a los cuatros vientos: ¿Qué haces hermano leyendo la Biblia todo el día? No sé cual habrá sido originalmente la intención del compositor con su pregunta. Para mí la respuesta es ambigua. Sabemos de muchos que se la pasan estudiando la Biblia y no practican; pero también hay muchos que no la pueden practicar por no la conocen en absoluto. A medida que transcurren los años y cambian los tiempos, me da la impresión de que incluso un número creciente de cristianos están pensando que la fe es más cuestión de actitudes que de conocimiento. Pronto recordamos que Pablo decía que «el conocimiento envanece, mientras que el amor edifica», y sin pensarlo dos veces damos por justificada nuestra falta de estudio bíblico, y hasta sentimos un «santificado» desdén por aquellos que buscan tenerlo.

La Biblia se escribió para que leamos una y otra vez. Sus historias, sus profecías, sus cartas están ahí para que las estudiemos, las analicemos y aprendamos de ellas. Pablo decía: «todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza.» (Romanos 15:4). En pleno apogeo de la posmodernidad, frente al más profundo relativismo y sincretismo y de cara a un futuro más impredecible que nunca, el estudio serio y dedicado de la Biblia se vuelve aún más relevante. Conocer la historia bíblica y su interpretación teológica nos permite echar raíces en el plan eterno de Dios para resistir con firmeza las avalanchas de los vientos tormentosos del futuro, cuya fuerza ha hemos empezado a sentir por muchas partes en nuestro propio presente. Descubrir los valores que por siglos sustentaron a nuestros precursores en la fe y articularlos en medio de los retos que se nos presentan hoy es el ancla de la salvación para nuestra generación.

El apóstol Pedro recomendaba: «ceñid vuestro entendimiento para la acción» (1 Pedro 1:13 – Biblia de las Américas). Este significa que hay que prepararse con conocimiento e inteligencia para actuar. No se trata aquí de multiplicar teorías y argumentos; sino de aprender a pensar con cordura, dirección y contenido. Se trata de acostumbrarse a evaluar toda información recibida para «retener lo bueno y desechar lo malo». Hay que estar dispuestos a cotejar los «tiempos y las señales» actuales con los propósitos revelados de Dios. Hay que aprender a debatir, no tanto ya con el adversario externo que difiere de nuestros puntos de vista sino con nosotros mismos que enfrentamos cuestionamientos y dilemas nuevos a cada paso. Hay que estar entrenados para hacer que triunfe la verdad, no tanto ya en el podio de la discusión pública sino en el interior de nuestro corazón, donde debemos tomar decisiones trascendentales y asumir posturas auténticas respecto de nosotros mismos.

Estudiar la Biblia concienzudamente es hoy una necesidad urgente, no para demostrarle a otros que sabemos lo que dice «El Libro» sino para vivir con verdadero aplomo nuestra vida cuando el mundo cambia constantemente de cimientos y ensaya construyendo nuevas formas sin forma, caminos sin destinos y escaleras sin pisos. Pablo advirtió claramente que el propósito de la educación cristiana es que no seamos «zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza…» (Efesios 4:14). Estas palabras me suenan muy pertinentes porque pienso que tal vez nuestra época es el tiempo cuando más la información y el conocimiento se parecen al viento caprichoso y el devenir histórico a las olas que van inciertas de un lado al otro.

Jesús vive y se hace presente en cualquier parte donde la gente, creyendo en él, se comprometen a seguir sus pisadas y continuar su labor. Hace doce años unos creyentes sencillos y escasos de recursos, soñaron con abrir una clínica para aliviar los problemas médicos de Monte Kristal, una comunidad probre y olvidada. Esta entrevista con una enfermera del centro de Salud de MK nos da una mejor perspectiva de lo que pasa en aquella comunidad.

 

Jesus lives and is present anywhere where people who believe in him, commit themselves to follow his steps and to continue his work. Twelve years ago a small group of believes, humble and poor, had a dream about building a small hospital to help with the medical problems in Monte Kristal, a forsaken and impoverished community in the outskirts of Monterrey, Mexico. This interview with a nurse from the Health Center in Monte Kristal, who also volunteers in the church Clinic, gives as a better perspective of the needs of the community.